TRES OCHO OCHO ...
Ella sabía que se lastimaba cada vez que se acercaba, que su cuerpo se estremecía y la garganta le pesaba. No entendía por qué suplicaba quedarse ahí, pero cada vez que escuchaba su voz, se conectaba con el pasado y lo saludaba dulcemente, incapaz de comprender que solo estaba jugando a herirse otra vez.
Navegaba entre carcajadas, enceguecida. No se hacía cargo de su nostalgia; le resonaba en el pecho y se prometía: “es la última vez”. Sin embargo, al día siguiente, al sentir el silencio, corría a marcar tres ocho ocho seis, solo para escuchar hola cómo estás y sonreír de nuevo.
Se creía fuerte. Creía que nadie la veía… Pero lloraba al cortar la llamada, y ahí estaba otra vez, hundida en su sillón de nubes, temblorosa, capaz de escuchar cada eco de sus huesos resonar como una canción… de esas que tienen un mar azul.
Te perturbas. Te sigues prometiendo: “es la última vez”. Pero es ese ciclo interminable el que susurra: “volverás a caer”.